Por: ELDA CANTÚ / Nytimes.com
Una vez, hace más de veinte años, Dionicia Ramírez surtió una orden de mil conejitos de Pascua.
Su negocio en Reynosa, Piñatería Ramírez, solía exportar cientos de piñatas al mes a finales de los años noventa. Dice que tenía clientes de Fort Worth y de Dallas y que la gente hacía cola afuera de su tienda.
Por estos días, sin embargo: “La gente viene ahora con miedo”, dijo el Jueves Santo en su piñatería, rodeada de perros de Patrulla Canina hechos de cartón y papel crepé (a 250 pesos, unos 13 dólares) y superhéroes de papel maché (700 pesos, unos 37 dólares). “En Reynosa todo se nos vino abajo”.
Desde hace una década la ciudad vive bajo el fuego cruzado de la guerra contra las drogas. Los clientes extranjeros son más escasos ahora. La mayor parte de sus ganancias viene de los clientes locales.
“¿La temporada esta de Easter? N’ombre para mí, Christmas y esta de la Pascua, eran mis mejores temporadas”. Ramírez habla español excepto cuando se refiere a las temporadas de más ventas y recuerda la ocasión en que hizo tantos conejitos para un cliente en Texas: “Tuvimos que embodegarlos”, dice.
Su tienda está a unas quince cuadras del puente internacional que conecta Hidalgo, Texas, con Reynosa, Tamaulipas, frente al Mercado Guadalupano donde se venden frutas, botas vaqueras y hierbas medicinales pero también equipo táctico. Según datos del gobierno, más del 94 por ciento de los habitantes de la ciudad reportaron sentirse inseguros aquí el año pasado. Hace más de un año que el Departamento de Estado estadounidense emitió una recomendación de no viajar que ha consternado a empresarios y funcionarios de ambos lados del río Bravo.
Ramírez era maestra y tenía 19 años a principios de los años ochenta cuando conoció al Mago Dalton cuando el circo en el que él actuaba pasó por su pueblo en el estado de Hidalgo, en el centro de México. La pareja se fugó al norte. Se establecieron en Reynosa; con el tiempo Ramírez se aburrió del circo y los shows privados y empezó a revender piñatas. Con el tiempo aprendió a fabricarlas. “Llegué con miedo, a pesar de que no estaba la ciudad tan peligrosa como hoy, llegué con el miedo de no conocer a nadie”, dijo.
El negocio prosperó y su familia también. En los años ochenta y noventa, Dalton Dávila y Dionicia Ramírez criaron cinco hijos. La Piñatería Ramírez compró un camión, abrió un taller, contrató veinte personas, empezó a tramitar sus permisos de exportación y aprendió que es ilegal mandar piñatas de Disney al otro lado de la frontera. El Mago Dalton abandonó la prestidigitación.
La pareja mandó a sus hijos a la universidad y, cuando estos batallaron para encontrar trabajo, recurrieron a la empresa familiar. Dalton, el hijo mayor, estudió ingeniería química y empezó a idear formas de ampliar la edad de sus clientes más allá de los niños que celebran un cumpleaños. A los 15 años esculpió una bailarina de estriptís.
En lugar de personajes de dibujos animados, empezó a hacer piñatas a imagen y semejanza de memes y virales de internet: políticos locales, narcos, estrellas de Hollywood. “Empecé a jugar un poco con el arte de las piñatas como una manera de expresión”, dijo.
A sus papás no les encantó la idea. No porque sus clientes se quejaran de que la mercancía era demasiado atrevida –algo que pasó–, sino porque las esculturas de papel del hijo mayor demoraban más. “Tenía que pelar con mi papá porque me decía: ‘No, pues nunca vas a poder sobrevivir con tus piñatas. Haces una al día’”, mencionó.
Pero en las redes sociales encontró algo más que inspiración para sus piñatas: clientela.
“Nos abrió el mercado un poco”, dijo su hermana, Denisse Dávalos, una ingeniera industrial de 30 años que se encarga de la atención al público. “Viene mucha gente de El Valle a conocernos, a visitarnos o a ver alguna piñata que se viraliza. Se vienen a tomar la foto. Es algo muy grato”, dijo.
El Valle es el valle del Río Grande. Pero sus piñatas han llegado más lejos. Cuando hicieron una de Thalía, un club de fans de la vecina Matamoros la ordenó y la mandó a Nueva York. Una de Donald Trump llamó tanto la atención que en 2016 fue objeto de un cortometraje que se estrenó en Dallas, a donde los hermanos fueron invitados. Dalton recuerda que los agentes en la frontera se rieron cuando les mostró las imágenes de la piñata al tramitar el permiso para cruzar al otro lado.
Pero si bien la piñata de Trump suele atraer la atención de los medios, la gente que planea una celebración elige temas más felices. En diciembre pasado una clienta llamó con un pedido especial. Minnie López, de 44 años, pidió dos piñatas para el cumpleaños número 21 de su hija mayor, que es superfán de Juego de Tronos.
López es originaria de México pero vive en McAllen, Texas, desde hace más de cuarenta años. Trabaja en ventas para una empresa en Estados Unidos que provee a una maquiladora del ramo automotor en el lado mexicano. López batalló para recordar cuándo había sido la última vez que visitó Reynosa, a menos de media hora de distancia. “Tal vez unos tres años”, dijo. La piñatería coordinó para que alguien llevara a Texas una Cersei Lannister con su trono.
“Tenemos muchísimos clientes de El Valle y por cuestiones de seguridad ellos no quieren venir de este lado a recoger las piñatas. A veces nosotros se las acercamos al puente internacional y ellos las cruzan caminando”, dijo Denisse.
Mientras tanto, Dionicia Ramírez me dijo que le gustaba ir al otro lado los fines de semana con su marido. “Vamos seguido”, dijo, y gesticuló en dirección de su nieto Derek, que balbuceaba dando tumbos entre las piñatas de la tienda. “Él nació allá”. Allá: en Texas. Sus visitas son frecuentes: “Vamos de compras. A veces necesitamos pintura, pinceles, de esas maskin tape. Las compramos en Walmart”.